miércoles, 5 de junio de 2013

¿Sueñan los obispos con ovejas consagradas?


La iglesia católica, milenaria institución siempre afanada en recordarnos las bondades de su divina misión en el mundo, salvarnos de nosotros mismos, anda lanzada a una implacable cruzada de reconquista para incrustar en las leyes (que por lo visto son más accesibles que las conciencias ciudadanas), su recto orden moral.

Hubo un tiempo en el que las conspiraciones encabezadas por la iglesia se urdían con la delicadeza de un iceberg surcando los mares a la deriva: un bloque gélido y formidable que oculta la mayor parte de su volumen, silencioso y capaz de destrozar a su víctima si esta se despistaba y tardaba demasiado en reaccionar. Históricamente se encuentran numerosas ocasiones en las que han naufragado aquellos que han intentado de una manera u otra socavar la teológica autoridad o el mundano poder del clero: Galileo, los cátaros o todos aquellos que fueron alumbrados por la luz de las hogueras de la Inquisición gozaron, con mayor o menor éxtasis, de la firme mano de los subalternos del Papa de Roma.

En la actualidad las sutilezas han dejado paso a las vivas exigencias tronadas a los micrófonos que exigen que se avance en la aplicación de las doctrinas católicas en todos los ámbitos abarcables, sin permitir que se cuestione ningún privilegio existente. Empezando por la casilla para la Iglesia católica en la declaración de la renta. Ahí están también los diferentes arzobispados manteniendo la pugna por evitar pagar el IBI a los ayuntamientos, como si sus posesiones no fueran de este mundo. O al gobierno central con una reforma educativa que mantendrá la asignatura de religión agarrada al currículum escolar y las subvenciones a los centros escolares que separen a los niños en función del sexo, política que cuenta con el aplauso entusiasta de la Generalitat.

Desde la conferencia episcopal se apunta a los objetivos de esta nueva guerra santa: extender los dominios de la moral del rosario a los cuerpos de las mujeres para arrebatarles ese pecaminoso derecho a decidir sobre su cuerpo, partiendo para todo análisis de la situación de la ciencia teológica, aquella que emana de un libro escrito hace miles de años, cuando la alquimia era una incipiente filosofía revolucionaria, descartando todos aquellos avances en el conocimiento del universo que hubieran podido desarrollarse a posteriori, pues cuestionar la autoridad de lo antiguo sería un vanidoso desacato a la tradición.

¿Dónde se encuentra el límite? Constitucional o no, también se insiste contra viento y marea en derogar los matrimonios entre personas del mismo sexo. Declarar nulos algunos matrimonios ya fue una conquista de la curia católica en el siglo pasado: después de lograrse la aprobación del divorcio durante la II República y de que miles de personas ejercitaran su derecho a separarse y rehacer su vida o casarse de nuevo como les diera la gana, los obispos lograron durante la dictadura la derogación de la ley del divorcio para imponer la voluntad de las sotanas, obligándose a todos los divorciados a volver a sus anteriores matrimonios, algunos de los cuales llevaban años completamente finiquitados, bajo pena de cárcel por abandono de quien se resistiera. Así se impuso la doctrina cristiana de nuevo, por medio de la ley.

Es por ello que la vindicación de un estado laico desgraciadamente ha de mantenerse vigente hoy en día, debido a que aún no se ha logrado: la influencia de las esferas religiosas sigue siendo muy fuerte y su presión se hace notar en todas las capas de la sociedad y del estado, combatiendo por llevar su moral no a los creyentes sino a toda la sociedad, comulgue o no con sus dogmas. Es por ello que hay que seguir luchando por la separación del estado y la iglesia.

Luis Iglesias 


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